viernes, 14 de noviembre de 2014

Mi querida Claudia

Mi querida Claudia,
            Siento que las fuerzas me abandonan, ya no soy capaz ni de agarrar mi pluma sin que me tiemble el pulso. Creo que es hora de decirte adiós.
Nunca olvidaré el tiempo que pasamos juntos. Tampoco cuando te conocí, esos días que pasé mirándote tras los arbustos hasta que me atreví a hablarte, ni cómo me invitaste a columpiarme junto a ti cuando tembloroso me acerqué al parque, ni cuando te pregunté que si querías que te empujase. Aún recuerdo lo que sentí al agarrar tu pequeña cintura y tu grito de “Más alto, más alto”.
 Tampoco olvidaré cuando, años después, aceptaste mi invitación de ir juntos al baile de graduación ni tu precioso vestido verde, menos aún cómo me dijiste esa misma noche que sería divertido volvernos a ver al día siguiente.
No todo fueron bonitos recuerdos, no olvides lo cerca que estuvimos del precipicio cuando Joaquín se encaprichó contigo y, en fin, tú con él. Por suerte volviste, aunque me costó demostrarte que realmente sólo te quería para llegar hasta Natalia, tu mejor amiga.
Curiosa pareja. Al final se casaron, como bien sabes, y al final nosotros también. Tu cara de incredulidad cuando te pedí matrimonio en mitad del cine, en el mismo momento en el que el protagonista se lo pedía a la chica, tampoco se perderá en mi memoria.
Contigo he pasado los mejores años de mi vida, y es que desde que te conocí aquel día en el parque no he pensado en otra cosa que no fueras tú. Por desgracia, ese Dios en el que creías se volvió contra nosotros. Envidia, probablemente.
Nunca olvidaré las horas de espera en el hospital, las pruebas en las que no me permitían estar junto a ti, las charlas que acababan en sollozos nocturnos. Recuerdo el día en el que me pediste por favor que no te mirara cuando no llevases peluca, recuerdo tus ojos de agradecimiento cuando te dije que era injusto que me lo pidieras, que yo me quedaría calvo en unos años y tú lo recuperarías en sólo unos meses. Pero me equivoqué. Sigo teniendo bastante pelo. Superamos esto juntos y pensé que ya nada podría separarnos. pero volví a equivocarme.
Ojalá pudiera olvidarlo, pero recuerdo el día en que sin fuerzas te viste a obligada a desplazarte en una silla de ruedas. Aún así te seguía queriendo, tu sonrisa, huidiza en estos últimos días, seguía siendo una razón para vivir.
Finalmente, hace unas semanas tu memoria se quebró y empezaste a olvidar todo, empezaste a olvidarme.  A veces creo ver cómo me reconoces y todo vuelve a ser como antes, vuelvo a estar en ese parque y en esos columpios. Otras veces no lo haces y siento que algo en mi se muere. Y es cierto, ya te avisé al principio de esta despedida, de que mis energías se agotaban y estoy seguro de que ya sólo serán unas semanas las que pueda pasar junto a ti, pero será la mejor forma de dejar este mundo.
 Espero, sinceramente, que me regales alguna de tus sonrisas. Hace mucho que no veo ninguna y me gustaría marcharme con un buen recuerdo en la mente.
Nunca te he dejado sola y nunca lo voy a hacer. Aunque queda de tu mano, porque solo he podido hacer lo que mejor se me da. Escribir. Te he escrito, más bien nos he escrito, una biografía. Desde que nos conocimos hasta hoy.
 Lo he arreglado todo para que cuando yo ya no esté te entreguen todo lo necesario, incluido a alguien que te lea cuando tú ya no puedas, para que seas capaz de volver a recordar, aunque sea unos instantes, los momentos que pasamos juntos. Los médicos me han avisado de que es muy probable que al no recordar nada, al no sentirte identificada, no leas nunca esto, pero al menos estaré presente en estas hojas que siempre tendrás a mano.

Eternamente tuyo, Víctor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario