Mi querida Claudia,
Siento
que las fuerzas me abandonan, ya no soy capaz ni de agarrar mi pluma sin que me
tiemble el pulso. Creo que es hora de decirte adiós.
Nunca
olvidaré el tiempo que pasamos juntos. Tampoco cuando te conocí, esos días que pasé mirándote tras
los arbustos hasta que me atreví a hablarte, ni cómo me invitaste a columpiarme
junto a ti cuando tembloroso me acerqué al parque, ni cuando te pregunté que si
querías que te empujase. Aún recuerdo lo que sentí al agarrar tu pequeña
cintura y tu grito de “Más alto, más alto”.
Tampoco olvidaré cuando, años después, aceptaste mi
invitación de ir juntos al baile de graduación ni tu precioso vestido verde,
menos aún cómo me dijiste esa misma noche que sería divertido volvernos a ver al día siguiente.
No todo
fueron bonitos recuerdos, no olvides lo cerca que estuvimos del precipicio
cuando Joaquín se encaprichó contigo y, en fin, tú con él. Por suerte volviste,
aunque me costó demostrarte que realmente sólo te quería para llegar hasta
Natalia, tu mejor amiga.
Curiosa
pareja. Al final se casaron, como bien sabes, y al final nosotros también. Tu
cara de incredulidad cuando te pedí matrimonio en mitad del cine, en el mismo
momento en el que el protagonista se lo pedía a la chica, tampoco se perderá en
mi memoria.
Contigo
he pasado los mejores años de mi vida, y es que desde que te conocí aquel día
en el parque no he pensado en otra cosa que no fueras tú. Por desgracia, ese
Dios en el que creías se volvió contra nosotros. Envidia, probablemente.
Nunca
olvidaré las horas de espera en el hospital, las pruebas en las que no me
permitían estar junto a ti, las charlas que acababan en sollozos nocturnos.
Recuerdo el día en el que me pediste por favor que no te mirara cuando no
llevases peluca, recuerdo tus ojos de agradecimiento cuando te dije que era
injusto que me lo pidieras, que yo me quedaría calvo en unos años y tú lo
recuperarías en sólo unos meses. Pero me equivoqué. Sigo teniendo bastante
pelo. Superamos esto juntos y pensé que ya nada podría separarnos. pero volví a
equivocarme.
Ojalá pudiera olvidarlo, pero recuerdo el día en que sin fuerzas te viste a
obligada a desplazarte en una silla de ruedas. Aún así te seguía queriendo, tu
sonrisa, huidiza en estos últimos días, seguía siendo una razón para vivir.
Finalmente,
hace unas semanas tu memoria se quebró y empezaste a olvidar todo, empezaste a
olvidarme. A veces creo ver cómo me
reconoces y todo vuelve a ser como antes, vuelvo a estar en ese parque y en
esos columpios. Otras veces no lo haces y siento que algo en mi se muere. Y es
cierto, ya te avisé al principio de esta despedida, de que mis energías se
agotaban y estoy seguro de que ya sólo serán unas semanas las que pueda pasar
junto a ti, pero será la mejor forma de dejar este mundo.
Espero, sinceramente, que me regales
alguna de tus sonrisas. Hace mucho que no veo ninguna y me gustaría marcharme
con un buen recuerdo en la mente.
Nunca
te he dejado sola y nunca lo voy a hacer. Aunque queda de tu mano, porque solo
he podido hacer lo que mejor se me da. Escribir. Te he escrito, más bien nos he
escrito, una biografía. Desde que nos conocimos hasta hoy.
Lo he arreglado todo para que cuando yo ya no
esté te entreguen todo lo necesario, incluido a alguien que te lea cuando tú ya
no puedas, para que seas capaz de volver a recordar, aunque sea unos instantes,
los momentos que pasamos juntos. Los médicos me han avisado de que es muy
probable que al no recordar nada, al no sentirte identificada, no leas nunca
esto, pero al menos estaré presente en estas hojas que siempre tendrás a mano.
Eternamente tuyo, Víctor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario