Hacía al menos seis noches que no dormía bien. Se
despertaba en mitad de la noche, sudoroso y con el recuerdo de un grito en su
cabeza, cada día un poco más largo y nítido.
Eran las 2:21 de la mañana y la memoria le
torturaba con un grito, que reconoció como el de una joven. Se levantó de la
cama y decidió acabar con las pesadillas.
Cogió
su gabardina granate, se la puso y tanteó en los bolsillos para encontrar las
llaves del coche. Era un utilitario muy sencillo de color azul marino, perfecto
para pasar desapercibido. Fuera hacía frío, pero por suerte tenía calefacción.
Al
llegar frenó a una distancia prudencial y buscó algo en su guantera, un roce
metálico le hizo sonreír. Salió del coche recibiendo una oleada de frío en la
cara. Era la 1:14, o eso marcaba el estropeado reloj del coche, en realidad
debían de ser alrededor de las tres. Era hora de estar en la cama.
Giró la
llave y la puerta se abrió con un crujido. El pasillo estaba oscuro, pero no
necesitaba luz, conocía ese almacén a la perfección.. Finalmente, llegó a la
puerta de hierro que guardaba el motivo de sus pesadillas. Abrió la mirilla de la puerta y observo la
figura que descansaba tranquilamente sobre unas mantas deshilachadas. Le estaba
mirando.
Resultaba
fuera de lugar en aquel sitio. Era joven, llena de inocencia y sin embargo…todo
el mundo la odiaba. No había otra forma de que pudiera dormir, o se aseguraba
de que estaría a salvo o no podría descansar.
-¿Te he
despertado? Lo siento, cada día que pasa dudo más de que aquí estés a salvo.
Cualquiera podría oírte. Estaré fuera, en el coche. Si me necesitas...
La
chica saltó hacia él haciendo vibrar la resistente puerta de metal.
-Te…he…
dicho…-le susurró con dureza y dificultad- que…no… vengas…de noche.
Sus
ojos rojos se le clavaban con fiereza. Por la mañana volverían a ser azules.
-Que
descanses, pequeña Lilith. – se despidió mientras cerraba la mirilla.
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