viernes, 21 de noviembre de 2014

El Castigo.

              Hacía al menos seis noches que no dormía bien. Se despertaba en mitad de la noche, sudoroso y con el recuerdo de un grito en su cabeza, cada día un poco más largo y nítido.
 Eran las 2:21 de la mañana y la memoria le torturaba con un grito, que reconoció como el de una joven. Se levantó de la cama y decidió acabar con las pesadillas.
            Cogió su gabardina granate, se la puso y tanteó en los bolsillos para encontrar las llaves del coche. Era un utilitario muy sencillo de color azul marino, perfecto para pasar desapercibido. Fuera hacía frío, pero por suerte tenía calefacción.
            Al llegar frenó a una distancia prudencial y buscó algo en su guantera, un roce metálico le hizo sonreír. Salió del coche recibiendo una oleada de frío en la cara. Era la 1:14, o eso marcaba el estropeado reloj del coche, en realidad debían de ser alrededor de las tres. Era hora de estar en la cama.
Giró la llave y la puerta se abrió con un crujido. El pasillo estaba oscuro, pero no necesitaba luz, conocía ese almacén a la perfección.. Finalmente, llegó a la puerta de hierro que guardaba el motivo de sus pesadillas.  Abrió la mirilla de la puerta y observo la figura que descansaba tranquilamente sobre unas mantas deshilachadas. Le estaba mirando.
Resultaba fuera de lugar en aquel sitio. Era joven, llena de inocencia y sin embargo…todo el mundo la odiaba. No había otra forma de que pudiera dormir, o se aseguraba de que estaría a salvo o no podría descansar.
-¿Te he despertado? Lo siento, cada día que pasa dudo más de que aquí estés a salvo. Cualquiera podría oírte. Estaré fuera, en el coche. Si me necesitas...
La chica saltó hacia él haciendo vibrar la resistente puerta de metal.
-Te…he… dicho…-le susurró con dureza y dificultad- que…no… vengas…de noche.
Sus ojos rojos se le clavaban con fiereza. Por la mañana volverían a ser azules.

-Que descanses, pequeña Lilith. – se despidió mientras cerraba la mirilla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario